viernes, 13 de febrero de 2009

para entretenernos y opinar

EDUCACIÓN, FAMILIA Y SENSATEZ

FRANCISCO M. GONZÁLEZ *

Audaces y con tenacidad

13/feb/09 07:28

"La fortuna ayuda a los audaces"

(Virgilio: "Eneida", X, 284).

GRACIAS a los prodigiosos avances de la pediatría y a una alimentación más completa, por lo general, los niños suelen hoy en día criarse sanos, con una fortaleza física y una estatura muy por encima de la media de hace treinta o cuarenta años. Pienso que su desarrollo físico e intelectual es mucho más precoz; la mayoría dan la sensación de que nacen con un máster en multimedia. Sin embargo, en muchos de estos jóvenes de la Generación "Net" -salvo muy honrosas excepciones- observo bastante inseguridad, cierta endeblez y falta de fortaleza para la vida.

Es fuerte el que persevera en el cumplimiento de lo que entiende que debe hacer según su conciencia; el que no mide el valor de una tarea exclusivamente por los beneficios que recibe, sino por el servicio que aporta a los demás. El fuerte a veces sufre pero resiste; llora quizá, pero sabe beber sus lágrimas cuando las dificultades arrecian, pero no se "dobla".

La virtud de la fortaleza tiene que ver más aún con resistir que con atacar. El impulso necesario para arrancarse, para acometer algo con decisión, está relacionado con otros valores o virtudes menores que están subordinadas a la fortaleza: como la audacia, la valentía y la magnanimidad. En cuanto a la capacidad de resistencia, la fortaleza supone paciencia, constancia, tenacidad. El fuerte no se queja: es constante en el cumplimiento del deber sin sucumbir a los estados de ánimo. Es fuerte el que sabe aguantarse a sí mismo, con sus limitaciones, y soporta con paciencia los defectos ajenos, por lo demás inevitables.

A veces se tiende a confundir la fortaleza con el mal carácter: hay gente que tiene la "mecha corta", explota enseguida; pero no se es fuerte por tener mal carácter; tampoco lo es el que no tiene ni bueno ni mal carácter, porque no tiene ninguno.

Hay diversas maneras de transmitir la fortaleza a los hijos en el hogar. Para concretar, o a título de ejemplo, entre otras, se me ocurren las siguientes:

Tener hora fija para levantarse -algunos le llaman el "minuto heroico"-, que debe mantenerse incluso en verano, o en las vacaciones; sin ceder a la compasión por lo cansados que estén los pobres -a lo mejor de ver la televisión o navegar en Internet el día anterior-. O, lo que es más habitual, pero inconfesado, para que no den guerra.

Demostrar nuestro amor al trabajo: no quejarse. Evitar llevar a la casa los agobios o contratiempos -que siempre los hay- del despacho, de la fábrica o de la oficina. Y llevar, de vez en cuando, a los hijos a nuestro lugar de trabajo, para que vean lo que hacemos y cómo lo hacemos. Exigirles constancia en el trabajo y en el estudio, y no sólo en los resultados, es decir, en las calificaciones. Hay que hablar con sus profesores de si son constantes en el colegio.

Tener en la despensa, nevera o bar lo imprescindible. Buscar sustitutivos más baratos y tal vez mejores de determinados alimentos. Hacer la comida para comer, no para degustar; acostumbrarlos desde pequeños a comer de todo y a la hora establecida. Evitar que la moda les esclavice. A menudo los padres proyectan en los hijos ir a la última.

Enseñarlos a reaccionar con ánimo positivo a las contrariedades: cuando la "seño" les deja sin recreo, cuando se coge un catarro, cuando no se gana un partido de fútbol, o el Tenerife pierde en casa? ¡Ojo los padres con esto! Tenemos que ser ejemplares.

Llevarlos cortos de dinero. Que sepan valorar el esfuerzo de conseguir las cosas por el trabajo. Me viene a la cabeza el comentario de Rousseau sobre "la madre que da la manzana al hijo en vez de hacer que alargue el brazo para cogerla él mismo".

Corregir siempre que sea preciso, pero con prudencia, con buenos modales, sin ira. Nunca será necesario la violencia física -"la violencia engendra violencia"- y nunca, desde luego, en caliente, porque se puede decir lo que no se desea. Pero ¡corregir!, no dejar pasar las cosas que están mal y llamarlas por su nombre. De lo contrario, irán a peor y, entonces, puede que ya sea tarde.

La educación en la fortaleza -en el esfuerzo-, en el principio de autoridad y en la responsabilidad personal no pertenecen a una época pasada, arcaica, superada, sino que son los armazones indispensables para que el joven pueda adquirir -con tenacidad y audacia- la madurez personal, la seguridad y la felicidad, en una época desconcertante y estrepitosa, pero apasionante, como la que nos ha tocado vivir.

* Orientador familiar y profesor emérito del CEOFT

fmgszy@terra.es

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