viernes, 17 de octubre de 2008

Afectividad frente a los malos tratos

La afectividad obra cambios radicales

en el niño que ha sufrido maltrato

La Gaceta de Canarias


S/C de Tenerife.

La salud mental depende de los contextos

interrelacionales. De ahí que

los niños que llegan a los centros de

protección o que conviven con

padres sin habilidades educativas son

diferentes, porque los contextos

determinan el desarrollo cerebral.

Cuanto más temprana sea la detección

del maltrato, el cambio que se

produce en el niño, incluso f ísicamente,

es radical. Ese cambio tiene

que ver con el trabajo y con la afectividad

de los profesionales que tratan

con ellos.

Así lo expuso ayer Jorge Barudy en

su intervención sobre “Losmodelos

de buen trato como finalidad de las

intervenciones educativas y sociofamiliares

para prevenir y tratar las consecuencias

de los malos tratos infantiles”

en el marco de las jornadas de

calidad dirigidas a profesionales,

organizadas por la Dirección de

Infancia y Familia del IASS de Tenerife.

Jorge Barudy destacó que el paradigma

de los buenos tratos es que es

una necesidad fundamental que

garantiza la salud. “Una idea de sentido

común que la neurociencia, la

investigación del cerebro, le está

dando la razón”.

“Las experiencias de vida determinan

lo que somos”, sentenció, si bien

defendió a continuación que “con

una calidad en el trato, en la afectividad,

y con la técnica adecuada”, los

profesionales pueden lograr que personas

que fueron maltratadas en la

infancia, puedan superar su trágica

experiencia y convertirse en futuros

padres responsables. Esa intervención

sería precisamente la que

demuestran que les faltó al padre o

madre maltratador, consideró.

Barudy defendió que un niño sólo

necesita un cuidador adulto competente

para asegurar su desarrollo

sano. “Un adulto suficientemente

competente, sobre todo los tres primeros

tres años de vida”, dijo ya que

se extendió sobre la memoria “que no

se puede verbalizar” de esa primera

etapa de la infancia que, pese a no

recordarse, se ha demostrado que

puede derivar en una memoria traumática,

si ha habido dolor o estrés, y

que se reflejaría en comportamientos

futuros.

Intervención individual

A cerca de la intervención con los

menores que han sufrido diferentes

modos de maltrato, el experto abogó

por la integración de los profesionales,

desde los que hacen el diagnóstico

y toman la medida, hasta los que

atienden a los niños en los centros.

En ese sentido, reprochó que a

veces los jueces “por ignorancia” se

opongan a una medida que perpetúa

el daño que está sufriendo el niño,

mientras que en su opinión, basada

en la experiencia de muchos años,

“cuanto más incompetentes son los

padres para el cuidado de sus hijos,

más reivindicativos son y menos

recursos tienen para aceptar su incapacidad”.

Esmás, insistió, en un gran

porcentaje, la resistencia suele ser un

indicador de su incompetencia.

Sobre la actuación con esos padres

o madres, defendió la rehabilitación

parentela, individualizada de los

miembros de la familia, frente a la

intervención familiar, “porque pierde

al niño como sujeto de la intervención”.

Y reiteró que el desaf ío de la

intervención es la rehabilitación de

cada individuo”. Al respecto, aprovechó

para censurar que pueda existir

una terapia de pareja cuando hay violencia.

“Es una aberración. Sólo les

puede atender separadamente”, zanjó.

También cuestionó que la intervención

de los psiquiatras infantiles “no

suele ser buena, porque buscan un

diagnóstico y trasladan el problema

al niño”.

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